ÚBEDASanta María de los Reales Alcázares de Úbeda es uno de los templos con más historia de la provincia de Jaén
26.03.11 - 01:46 -
MANUEL MADRID DELGADOEl 18 de julio de 1983 cerraba sus puertas la antigua Colegiata ubetense. En ese momento, comenzaban unas larguísimas y desafortunadas obras (digámoslo así para no hacer más sangre) en Santa María de los Reales Alcázares, a las que ahora se pone fin. Como quiera que Santa María de Úbeda es el tercer templo en importancia de la provincia, tras las catedrales de la capital y de Baeza, y dado que su singularidad histórica y artística la convierte en una referencia obligada en el marco del patrimonio monumental de Jaén, parece obligado detenernos, en este fin de semana en el que por fin, y no sin impedimentos por parte de determinados estamentos, le va a ser devuelta a su legítimo propietario moral, que no es otro que el pueblo de Úbeda.Santa María llena muchas páginas de la historia de Úbeda: en sus muros ha sucedido gran parte de la historia mayor de la ciudad, pero sobre todo, su claustro, sus naves, han acogido la historia menor, la «intrahistoria» de miles y miles de ubetenses. Santa María ha sido el templo de la Virgen de Guadalupe y de Jesús Nazareno, el templo de las grandes solemnidades, el templo de las celebraciones más importantes. Lo mejor de la historia de Úbeda se ha condensado dentro de Santa María. Por eso es un templo que pesa, que pesa histórica y espiritualmente, sentimentalmente, en la historia de Úbeda.DEMOCRACIA ARTÍSTICA El peso histórico de Santa María se deja sentir, también, en su compleja historia y en la multiplicidad de estilos de la historia del arte que hasta casi ayer mismo se daban cita en su interior. Antonio Almagro, la persona que más y mejor conoce Santa María de Úbeda, la definido como «un templo de aluvión», porque sobre su fábrica, cualquier momento histórico había dejado su huella, su impronta, su rastro. Como «templo sedimentario» se refirió a él Juan Pasquau, porque en él «diferentes estratos artísticos se superponen, se mistifican y se agregan en heterogéneas asociaciones». Ese «totum revolutum» de estilos de Santa María hizo que a Pi i Margall la vieja Colegiata ubetense le pareciera un verdadero horror: «¿Quién podrá ver sin dolor tan absurda amalgama de formas?», se llegó a preguntar el egregio político después de criticar demoledoramente todos y cada uno de los elementos de Santa María, desde el claustro hasta los ornamentos litúrgicos.Sin embargo, la propia crítica de Pi y Margall esconde lo que fue la verdadera grandeza de la Iglesia Mayor de Úbeda, que él no supo apreciar. Dice que «en la colegiata apenas cabe dar un paso sin que se descubra un nuevo estilo y se vea impreso el sello de otro siglo». Esa falta de unidad, esa multiplicidad superpuesta de estilos -el romanticismo superpuesto al barroco, el barroco elevado sobre el clasicismo, el clasicismo encaramado sobre el gótico, el gótico arañado en el rostro de los muros medievales- también ha sido despreciada durante el proceso de destrucción y reinvención de Santa María por los dos arquitectos comisionados por la Junta de Andalucía para hacerse cargo del templo, hasta el punto de haber dado como resultado una iglesia relamida y reluciente que dice reconstruir un mítico pasado mudéjar de Santa María. En cualquier caso, espíritus más finos y ricos, supieron ver en esta dimensión plural de Santa María su mayor riqueza, su tesoro más preciado: «donde el templo de Santa María no es bello, es original. Y donde resulta extraño, acusa un destello curioso de novedad: nunca de vulgaridad», dijo Juan Pasquau, que este fin de semana, posiblemente se habría sorprendido del vulgar aspecto -vulgaridad, eso sí, a lo grande, como de nuevos ricos- que presenta la nueva Santa María. Para el gran escritor, la Colegiata ubetense encajaba, sin alterarse, todo lo dado por la historia del arte: «ha asimilado los estilos con estilo, con personalidad». Es Pasquau quien, en su "Biografía de Úbeda", acuña imputa a Santa María la posesión de una «democracia artística», concepto que retrata a la perfección lo que esa iglesia «a posteriori», ese iglesia que pese a todo había resultado.MUCHAS OBRAS Si duda, esa riqueza de Santa María, en gran medida perdida ya para siempre, se debía al hecho de haber sido una iglesia que casi siempre ha estado en obras, permítase la exageración.La historiografía local ha situado la primera misa católica tras la conquista de Fernando III en el verano de 1233, en lo que actualmente es la Capilla Mayor de Santa María. Mezquita mayor de la ciudad musulmana en 1233, pronto debieron acometerse las primeras y más urgentes obras que permitieran acondicionarla al culto católico. El 6 de junio de 1259 el obispo Don Pascual la eleva a la categoría de Colegiata, que mantendría hasta el 30 de septiembre de 1852. Las concesiones, donaciones y privilegios de que durante siglos gozaría el Cabildo de Santa María, le permitirían hacer frente a las casi constantes obras que el mismo necesitó.Aunque según Ruiz Prieto el templo habría sufrido importantes obras a lo largo del siglo XIV, que habrían terminado con la vieja mezquita, historiadores como Almagro sitúan en el siglo XV la construcción tanto de los actuales pilares como de los arcos góticos, así como de las primeras capillas de las innumerables que tendría el recinto. Y fechable en las postrimerías de este siglo es igualmente el bellísimo e irregular claustro, que ha perdido ya casi toda la capacidad de sugestión de que hablaba Juan Pasquau. Así, pese a algunas obras menores de años antes, fue la centuria de 1400 la que inauguró el estado de permanente construcción y remodelación de Santa María. Y es que lo que quizá haya uniformado más la historia de Santa María -independientemente de su condición de corazón sentimental y espiritual de Úbeda- es la casi permanente presencia de grúas y andamios en su recinto.Se sabe que muy a finales o nada más comenzar el siglo XVI, se comienza a construir el coro de la Colegiata, suprimido por la guerra civil y las reformas de los años 60. También de ese siglo son los dos grandes y arriesgados arcos del crucero, que algunos atribuyen al genio de Vandelvira. Y se tiene constancia de que durante toda la centuria, las obras fueron constantes en las muchas capillas del recinto. Algo similar ocurriría también en el siglo XVII, cuando por ejemplo se impulsa la obra de la grandiosa capilla de Santiago, de los Salido o de Jesús Nazareno, en la que durante siglos residió la parroquia de Santa María. Pero sobre todo, el siglo XVII es el siglo de construcción de las portadas de Santa María, pues hasta esa época, la Colegiata había guardado en su exterior los recios muros del alcázar medieval en el que se integraba y el acceso a la misma se realizaba por un discreto portillo románico que se conserva. Canteros como Pedro del Cabo y escultores como Luis de Zayas, serían los encargados de desarrollar, entre 1615 y 1645, la construcción de dos portadas renacentistas, la de la Adoración y la de la Consolada, así como de la reforma integral del exterior de Santa María. Por las mismas fechas, se restauró la torre del templo, posiblemente del XVI.En el siglo XVIII, por su parte, se procede a demoler el artesonado de madera del interior y se sustituye por las bóvedas barrocas que en 1986 destruiría el arquitecto Isicio Ruiz. Y durante el XIX, ya cuando el templo había dejado de tener la consideración de Colegiata, el Prior Monteagudo acomete otras obras en el templo, tales como la apertura de las capillas del coro o la construcción de las dos espadañas de la fachada central, del arquitecto Vara, y que sustituían a la espadaña de mediados del XIX que a su vez había sustituido la vieja torre.Con obras menores a lo largo de la primera mitad del XX, convertido ya en Monumento Nacional, el arquitecto Torres Balbás acomete, desde 1931 hasta 1933, las que a la postre han resultado las obras más respetuosas con Santa María. Después de la guerra, y desde la década de los 50, el párroco García Hidalgo y sus sucesores, emprenden una serie de reformas, muchas veces desafortunadas y de nulo gusto estético, cuya impronta más destacada es la desaparición del coro, el troceamiento de su reja y el lamentable aspecto artístico que actualmente presenta el Altar Mayor.
26.03.11 - 01:46 -
MANUEL MADRID DELGADO
El 18 de julio de 1983 cerraba sus puertas la antigua Colegiata ubetense. En ese momento, comenzaban unas larguísimas y desafortunadas obras (digámoslo así para no hacer más sangre) en Santa María de los Reales Alcázares, a las que ahora se pone fin. Como quiera que Santa María de Úbeda es el tercer templo en importancia de la provincia, tras las catedrales de la capital y de Baeza, y dado que su singularidad histórica y artística la convierte en una referencia obligada en el marco del patrimonio monumental de Jaén, parece obligado detenernos, en este fin de semana en el que por fin, y no sin impedimentos por parte de determinados estamentos, le va a ser devuelta a su legítimo propietario moral, que no es otro que el pueblo de Úbeda.
Santa María llena muchas páginas de la historia de Úbeda: en sus muros ha sucedido gran parte de la historia mayor de la ciudad, pero sobre todo, su claustro, sus naves, han acogido la historia menor, la «intrahistoria» de miles y miles de ubetenses. Santa María ha sido el templo de la Virgen de Guadalupe y de Jesús Nazareno, el templo de las grandes solemnidades, el templo de las celebraciones más importantes. Lo mejor de la historia de Úbeda se ha condensado dentro de Santa María. Por eso es un templo que pesa, que pesa histórica y espiritualmente, sentimentalmente, en la historia de Úbeda.
DEMOCRACIA ARTÍSTICA
El peso histórico de Santa María se deja sentir, también, en su compleja historia y en la multiplicidad de estilos de la historia del arte que hasta casi ayer mismo se daban cita en su interior. Antonio Almagro, la persona que más y mejor conoce Santa María de Úbeda, la definido como «un templo de aluvión», porque sobre su fábrica, cualquier momento histórico había dejado su huella, su impronta, su rastro. Como «templo sedimentario» se refirió a él Juan Pasquau, porque en él «diferentes estratos artísticos se superponen, se mistifican y se agregan en heterogéneas asociaciones». Ese «totum revolutum» de estilos de Santa María hizo que a Pi i Margall la vieja Colegiata ubetense le pareciera un verdadero horror: «¿Quién podrá ver sin dolor tan absurda amalgama de formas?», se llegó a preguntar el egregio político después de criticar demoledoramente todos y cada uno de los elementos de Santa María, desde el claustro hasta los ornamentos litúrgicos.
Sin embargo, la propia crítica de Pi y Margall esconde lo que fue la verdadera grandeza de la Iglesia Mayor de Úbeda, que él no supo apreciar. Dice que «en la colegiata apenas cabe dar un paso sin que se descubra un nuevo estilo y se vea impreso el sello de otro siglo». Esa falta de unidad, esa multiplicidad superpuesta de estilos -el romanticismo superpuesto al barroco, el barroco elevado sobre el clasicismo, el clasicismo encaramado sobre el gótico, el gótico arañado en el rostro de los muros medievales- también ha sido despreciada durante el proceso de destrucción y reinvención de Santa María por los dos arquitectos comisionados por la Junta de Andalucía para hacerse cargo del templo, hasta el punto de haber dado como resultado una iglesia relamida y reluciente que dice reconstruir un mítico pasado mudéjar de Santa María. En cualquier caso, espíritus más finos y ricos, supieron ver en esta dimensión plural de Santa María su mayor riqueza, su tesoro más preciado: «donde el templo de Santa María no es bello, es original. Y donde resulta extraño, acusa un destello curioso de novedad: nunca de vulgaridad», dijo Juan Pasquau, que este fin de semana, posiblemente se habría sorprendido del vulgar aspecto -vulgaridad, eso sí, a lo grande, como de nuevos ricos- que presenta la nueva Santa María. Para el gran escritor, la Colegiata ubetense encajaba, sin alterarse, todo lo dado por la historia del arte: «ha asimilado los estilos con estilo, con personalidad». Es Pasquau quien, en su "Biografía de Úbeda", acuña imputa a Santa María la posesión de una «democracia artística», concepto que retrata a la perfección lo que esa iglesia «a posteriori», ese iglesia que pese a todo había resultado.
MUCHAS OBRAS
Si duda, esa riqueza de Santa María, en gran medida perdida ya para siempre, se debía al hecho de haber sido una iglesia que casi siempre ha estado en obras, permítase la exageración.
La historiografía local ha situado la primera misa católica tras la conquista de Fernando III en el verano de 1233, en lo que actualmente es la Capilla Mayor de Santa María. Mezquita mayor de la ciudad musulmana en 1233, pronto debieron acometerse las primeras y más urgentes obras que permitieran acondicionarla al culto católico. El 6 de junio de 1259 el obispo Don Pascual la eleva a la categoría de Colegiata, que mantendría hasta el 30 de septiembre de 1852. Las concesiones, donaciones y privilegios de que durante siglos gozaría el Cabildo de Santa María, le permitirían hacer frente a las casi constantes obras que el mismo necesitó.
Aunque según Ruiz Prieto el templo habría sufrido importantes obras a lo largo del siglo XIV, que habrían terminado con la vieja mezquita, historiadores como Almagro sitúan en el siglo XV la construcción tanto de los actuales pilares como de los arcos góticos, así como de las primeras capillas de las innumerables que tendría el recinto. Y fechable en las postrimerías de este siglo es igualmente el bellísimo e irregular claustro, que ha perdido ya casi toda la capacidad de sugestión de que hablaba Juan Pasquau. Así, pese a algunas obras menores de años antes, fue la centuria de 1400 la que inauguró el estado de permanente construcción y remodelación de Santa María. Y es que lo que quizá haya uniformado más la historia de Santa María -independientemente de su condición de corazón sentimental y espiritual de Úbeda- es la casi permanente presencia de grúas y andamios en su recinto.
Se sabe que muy a finales o nada más comenzar el siglo XVI, se comienza a construir el coro de la Colegiata, suprimido por la guerra civil y las reformas de los años 60. También de ese siglo son los dos grandes y arriesgados arcos del crucero, que algunos atribuyen al genio de Vandelvira. Y se tiene constancia de que durante toda la centuria, las obras fueron constantes en las muchas capillas del recinto. Algo similar ocurriría también en el siglo XVII, cuando por ejemplo se impulsa la obra de la grandiosa capilla de Santiago, de los Salido o de Jesús Nazareno, en la que durante siglos residió la parroquia de Santa María. Pero sobre todo, el siglo XVII es el siglo de construcción de las portadas de Santa María, pues hasta esa época, la Colegiata había guardado en su exterior los recios muros del alcázar medieval en el que se integraba y el acceso a la misma se realizaba por un discreto portillo románico que se conserva. Canteros como Pedro del Cabo y escultores como Luis de Zayas, serían los encargados de desarrollar, entre 1615 y 1645, la construcción de dos portadas renacentistas, la de la Adoración y la de la Consolada, así como de la reforma integral del exterior de Santa María. Por las mismas fechas, se restauró la torre del templo, posiblemente del XVI.
En el siglo XVIII, por su parte, se procede a demoler el artesonado de madera del interior y se sustituye por las bóvedas barrocas que en 1986 destruiría el arquitecto Isicio Ruiz. Y durante el XIX, ya cuando el templo había dejado de tener la consideración de Colegiata, el Prior Monteagudo acomete otras obras en el templo, tales como la apertura de las capillas del coro o la construcción de las dos espadañas de la fachada central, del arquitecto Vara, y que sustituían a la espadaña de mediados del XIX que a su vez había sustituido la vieja torre.
Con obras menores a lo largo de la primera mitad del XX, convertido ya en Monumento Nacional, el arquitecto Torres Balbás acomete, desde 1931 hasta 1933, las que a la postre han resultado las obras más respetuosas con Santa María. Después de la guerra, y desde la década de los 50, el párroco García Hidalgo y sus sucesores, emprenden una serie de reformas, muchas veces desafortunadas y de nulo gusto estético, cuya impronta más destacada es la desaparición del coro, el troceamiento de su reja y el lamentable aspecto artístico que actualmente presenta el Altar Mayor.
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