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:: STA MARÍA DE LOS REALES
ALCÁZARES |
ÚBEDA
En 1936, durante la Guerra Civil, la iglesia ubetense perdió casi todo su patrimonio
27.03.11 - 01:28 - MANUEL MADRID.
TAN largo proceso constructivo, tal ir y venir de proyectos, intervenciones, remodelaciones y reconstrucciones, explica el aspecto plural, riquísimo, que hasta 1983 conservó el templo de Santa María de Úbeda. En su 'Historia de Úbeda', al hablar de Santa María, Miguel Ruiz Prieto dice que el templo presentaba, en la primavera de 1897, «un aspecto grandioso, llena de luz». Cuajada por capillas que las familias más pudientes de la ciudad habían levantado para su enterramiento a lo largo de los siglos, iluminada por una gran lámpara de araña, y resplandecientes de luz sus blancos muros, custodiaba Santa María un importante legado de obras de arte. Se habían perdido para entonces, según denuncia Ruiz Prieto, importantes piezas históricas, como el Pendón de la Batalla del Salado, que ondeaba en su Capilla Mayor, y algunas piezas valiosas destinadas al culto. Pero sin duda, nada comparable a todo lo que Santa María perdería el 26 de julio de 1936, cuando es asaltada y expoliada.
Los tristes sucesos de la guerra civil, dejaron un templo sin apenas imágenes, sin apenas retablos, sin apenas cuadros y sin apenas joyas u ornamentos. Podemos destacar el antiguo retablo de la Capilla Mayor, datado en 1777, o las ocho urnas renacentistas que contenían reliquias de las vírgenes martirizadas con Santa Úrsula; una imagen de San Miguel de 1671 o el antiquísimo Cristo de la Yedra -«de excelente talla», según Ruiz Prieto-; y por supuesto las veneradísimas imágenes de Jesús Nazareno y de la Virgen de Guadalupe; un cuadro en bronce con el Descendimiento de Cristo, de la escuela flamenca y atribuido por algunos a Alberto Durero; el impresionante órgano del coro, «de superior mérito»; y una vastísima colección de ornamentos, variopintas reliquias o una riquísima colección de libros de coro, amén de una parte considerable de archivo de la antigua Colegiata. Y, por supuesto, la custodia francesa de Luis XIV, del siglo XVII, de la que sólo se conservaron dos pequeños rayos del viril.
La falta de cuidado posterior a la guerra, el afán de rapiña o simplemente un equivocado sentido de la intervención acrecentaron la pérdida del patrimonio de Santa María. Eso hizo que algunas de las más importantes obras de arte que se habían salvado del asalto del verano de 1936 desaparecieran o fueran despedazadas. Como la reja del coro, que Ruiz Priego calificó como de «grandiosa y obra de gran mérito», atribuida al maestro Bartolomé, y cuyos restos salpican ahora distintas portadas de las capillas de Santa María. Y desaparecieron una valiosa cruz relicario del siglo XVII que se encontraba en la capilla de los Sabater o el cuadro de 'La Misa Milagrosa de San Gregorio', de Pedro Machuca, que hasta 1951 se custodió en el archivo del Ayuntamiento juntamente con otras muchas obras de arte que se habían salvado de la destrucción durante de la guerra y que, misteriosamente, desaparecieron sin dejar rastro. Otras piezas, como los restos de la Silla Episcopal y la sillería, sirvieron para construir muebles del Archivo Histórico Municipal.
Más recientemente, y a partir de las obras de 1983, es posible también detectar la pérdida de algunos de los escasos bienes artísticos con que ya contaba el templo. ¿Qué ha sido de la colección de cuadros, valiosos no por su arte sino por el testimonio del devocionario popular de los siglos XVII a XIX, que había en Santa María? ¿Qué ha sido de la magnífica reja de madera, fechada en 1600, que cerraba la capilla del Canónigo Magaña?
Poco queda
Que pese a tanto desatino conserva Santa María todavía cierto patrimonio artístico. En imaginería, cabe destacar el Cristo gótico de los Cuatro Clavos, proveniente de San Pedro, la Virgen de piedra del claustro, anterior a 1659, un Ecce Homo también de piedra y proveniente del Convento de San Juan de Dios conocido como 'Cristo de los Toreros' o la imagen de Jesús Caído de Mariano Benlliure, tallada en 1942. Retablos de valor sólo quedan los barrocos del siglo XVIII de la capilla de los Sabater, a los que se suma el baldaquino neobarroco de Jesús Nazareno, realizado por Palma Burgos en 1956. Hay dos pilas bautismales, una renacentista proveniente de San Lorenzo y otra realmente interesante del siglo XV. Se custodian algunas piezas de orfebrería de los siglos XVII a XIX, de cierto valor, y una fiel copia de la custodia francesa, realizada en 1963. A eso, hay que sumar la rica colección de piezas de rejería -principalmente del siglo XVI, atribuidas al Maestro Bartolomé, aunque también hay rejas del siglo XIX- que cierran las capillas del templo. Y, también, una interesante colección de imaginería procesional de la postguerra, integrada por obras de Jacinto Higueras y Palma Burgos. De entre los cuadros que al menos hasta 1983 se encontraban en Santa María, se puede destacar el de 'La Virgen de Belén', extraordinaria obra situada en el retablo central de la capilla de los Sabater y atribuido a la escuela de Rafael, una Inmaculada de la escuela de Alonso Cano, una notable copia del siglo XVII de 'La Piedad' de Bocanegra y algunos lienzos notables provenientes del mutilado retablo renacentista de la capilla del Deán Ortega en San Nicolás.
Treinta años después
Por lo demás, son muy escasas otras manifestaciones artísticas dentro de Santa María. Retablos y pinturas adornan algunas capillas, pero no son especialmente valiosas. Esto acrecienta la sensación de desolación que el templo presenta tras las obras; porque debajo del aparato esplendoroso de los nuevos mármoles que sustituyen el viejo suelo de piedra y lápidas sepulcrales, de la nueva techumbre de madera, de los muchos y multiplicados focos de aluminio, los muros de Santa María se muestran desnudos de historia, vacíos de contenido espiritual. ¿Cuánto más razonable no hubiera sido, por ejemplo, en lugar de acometer la reinvención de un artesonado desaparecido hace trescientos años, reformar el aspecto de la Capilla Mayor, acometiendo un plan serio y estudiado de ornamentación de la misma? Pero Santa María, que ha sido templo de aluvión y de sedimento, templo democrático y en obra permanente, templo plural y hasta cierto punto anárquico, ha terminado siendo un templo con mala suerte. No vale, ahora, alegar el gran coste de la obra para justificar lo acometido, que sólo impropiamente puede denominarse «restauración». Es cierto que después de casi 30 años, la reapertura del templo, su devolución a la sociedad ubetense, es una buena noticia. Pero sobre Santa María, sobre la desafortunada Santa María, mejor extender un manto de humilde silencio.